Un día laborable se nos presenta, en el mejor de los casos, dividido en 3 bloques de actividad principales: 8 horas de jornada laboral, 8 horas de descanso y 8 horas para disfrutar del tiempo libre. Este paradigma laboral es incuestionablemente justo para un alto porcentaje de la sociedad. Pero, ¿es ésta una proporción realista? Y sobre todo, ¿nos deja una jornada semanal de 40 horas  el suficiente tiempo libre para vivir una vida completa y ser realmente productivos en nuestra vida laboral? El planteamiento descrito merece al menos ser revisado y cuestionado.

De hecho, cada vez son más las voces que se alzan en desacuerdo; y no sólo los perfiles más críticos con el consumismo o la sociedad occidental lo hacen, sino incluso grandes personalidades del mundo de los negocios han afirmado que el esquema “no funciona” como debería. Una postura crítica al respecto es la de multimillonario mexicano Carlos Slim: el magnate, segundo hombre más rico del mundo, considera más adecuado concentrar el trabajo en jornadas de 11 horas 3 días a la semana, y alargar la edad de la jubilación hasta los 70 o 75 años. Eso sí; quedaría analizar cómo afectaría este tipo de medidas a los sueldos de los empleados. Carlos Slim no es el único hombre de negocios que piensa así: el cofundador de Google, Larry Page, también defiende la reducción de la jornada laboral. Desde su punto de vista, el abastecimiento de las necesidades claves para nuestra felicidad exige muchos menos recursos y trabajo de los que destinamos a ello en la actualidad. Y quizá sea cierto que la ansiedad y obsesión por trabajar frenéticamente esté más ligada a la ambición profesional y económica , que a una necesidad real. Pero, ¿sería el tiempo libre una recompensa válida a la hora de mejorar nuestras condiciones profesionales? He aquí la cuestión que debemos plantearnos si pensamos en un cambio de paradigma como un medio para además de mejorar nuestra calidad de vida, posibilitar un equilibrio en los ingresos al redistribuir el reparto de trabajo (un argumento más político que de negocios).

El tema es complejo: más de lo que puede parecer. Y quizá “la falacia sea considerar fija la cantidad de trabajo”, como planteaba Jesús Mercader, abogado laboralista y profesor de la Universidad Carlos III, en un artículo publicado en La Vanguardia sobre el trabajo de la jornada reducida en Suecia. Además, la cotización bajaría y posiblemente la edad de jubilación tendría que ser más alta.

Y lo cierto es que los profesionales hemos asumido una premisa que parece constituir una de las leyes de Murphy: si hay tiempo no hay dinero, y si hay dinero, no hay tiempo. Así, alcanzar un equilibrio entre vida laboral y profesional parece una quimera. El hecho de tener una jornada de 8 horas (y eso en el caso de que cumplas tu horario a rajatabla), unido a las 8 horas de descanso y teniendo en cuenta las horas dedicadas a tareas domésticas y obligaciones familiares, reduce el tiempo ocio de forma determinante. Es habitual tener la sensación de que la vida se nos pasa. Y eso no es todo: también corremos el riesgo de dejarnos la salud sobre la mesa de trabajo. Un recordatorio que nos llega desde organizaciones e instituciones sanitarias: a propósito de un estudio publicado en la revista American Journal of Industrial Medicine, la Fundación Española del Corazón (FEC) nos advertía que el trabajo puede llegar a convertirse en un enemigo implacable de nuestro corazón. Estrés, sedentarismo, mala alimentación… son factores estrechamente ligados a trabajos absorbentes. Una verdad incómoda pero incuestionable: según el estudio citado, pasar largas horas trabajando se asocia a un peor perfil de riesgo cardiovascular (mayores niveles de presión arterial, de colesterol total, de diabetes, así como de consumo de tabaco y alcohol) y a una previsión de mayor incidencia de enfermedad cardiovascular al cabo de diez años

Expuesta esta situación claramente reconocible por todos vosotros, nuestra conclusión es que no debemos dejar de cuestionarnos día a día nuestra forma de vida: sin caer en obsesiones pero sí revisando nuestros valores y prioridades no sólo por motivos éticos o altruistas, sino por total egoísmo. Y es que más allá de los planteamientos laborales o políticos que nos llegan para cambiar el esquema actual, de la necesidad imperiosa de cuidar nuestra salud y de algunos de otros temas que se ponen encima de la mesa relacionados con la productividad, la eficiencia y la conciliación, deberíamos pensar en una redefinición de lo que entendemos por calidad de vida y éxito.

En este sentido, también podríamos citar Noam Chomsky y a su reflexión sobre cómo hemos dejado de ser ciudadanos para convertirnos en consumidores. Quizá debamos identificar nuestras verdaderas necesidades y quizá hacerlo, nos ayude a satisfacerlas con menos recursos y por lo tanto con menos trabajo. Nadie habla aquí de bajar la auto exigencia o la calidad de éste, sino de una reestructuración que podría desembocar en un cambio de valores, en un nuevo concepto de éxito y también en una forma más eficiente de trabajar.


Photo: Anja Niemi